La Macorina, apodo que siempre odió y que nació de la boca de un joven ebrio al querer compararla con “La Fornarina” una bella cantante de la época. Según la versión oficial, fue una cubana originaria de Guanajay que escandalizó a la sociedad habanera juzgadora y moralina de los años 20, por su singular belleza y su escandalosa forma de vivir.
“Los hombres permanecían rendidos a mis pies, anegados de dinero, suplicantes de amor”
María Calvo Nodarse
Nacida María Constanza Caraza Valdés, nombre que luego se cambió por el de María Calvo Nodarse, llegó a la Habana a los 15 años del brazo de un novio del que se libró pronto para rodearse de los hombres más importantes de aristocracia cubana, que como ella misma describió en una entrevista que le hicieron en 1958: “permanecían rendidos a sus pies, anegados de dinero, suplicantes de amor.”
La buscaban por doceneas y ella se daba el lujo de elegir quién podía disfrutar de su compañía, de su abrumadora personalidad y de su única belleza, ascendiendo rápidamente a una vida llena de opulencia y buenos tratos; su profesión era lo que hoy llamaríamos escort de muy alto nivel, algo así como la legendaria Holly Golightly pero latina, de carne y hueso, y nacida en la década de 1890.
Su pasión por los lujos la llevo a poseer cuatro casas, numerosos abrigos y joyería fina, varios caballos y más de nueve automóviles, un número sobresaliente para la época, pero lo más sobresaliente fue que fuera ella la primer mujer en solicitar y ser aprobada para recibir un permiso de conducir o licencia. Los permisos de conducir en la Cuba de aquel tiempo se llamaban “títulos”, eran otorgados únicamente a los hombres y era tal el rigor para obtenerlos, que equivalían a un título universitario que permitía además ejercer el trabajo de chofer.
Se cuenta que María, tras recibir de manos de un político famoso un flamante convertible rojo como regalo, decidió poner a prueba a la autoridad y tramitar el documento que le permitiría conducir el coche ella misma con pleno derecho, y lo consiguió en 1917, convirtiéndose así en la primer mujer en Cuba en conducir su propio auto y con permiso. Un gran logro para la lucha feminista de ese entonces, y que hoy solo gracias a pioneras como María podemos dar por hecho.
Como era de esperarse, la moral católica en turno la tachó de diabólica, libertina y mal ejemplo. Sin embargo la Macorina siguió promoviendo el derecho de las mujeres a conducir sus propios automóviles, paseándose victoriosa en su convertible rojo por El Prado y el Malecón mientras mostraba a la gente su bien ganado “título” de conducir.
“Era una mujer guapísima. Negra mezclada de china. La vi y me quedé muda”. Chavela Vargas
Si bien se sabe que tuvo un final difícil y murió en bancarrota mucho tiempo después de aquella glamorosa época, a nosotros nos gusta recordarla como en la obra del pintor cubano Cundo Bermudez: con su look de bufanda y corta cabellera, tocando el claxon de su auto “colorao”, abriendo caminos en la sociedad, inspirando a mujeres y canciones, y siendo dueña de su propia vida mientras las miradas, tanto de envidia como de admiración, la seguían por las calles de la Habana.